jueves, 25 de marzo de 2010

Zoilo Pollés

Sigo de conserje de noche en el hotel. Duermo casi toda la noche delante de la televisión que hay en el salón. El hotel está lleno de viejos, y cada dos por tres hay que llamar a la ambulancia para que se lleve a alguno. La mayoría son bordes y antipáticos y se creen que todos tenemos que estar a su servicio. A la puta mierda, les digo yo en castellano y no me entienden.
Ya estoy corrigiendo por segunda vez mi gran novela con el título Zoilo Pollés. ¿Os gusta?
¿Hay alguien ahí?

miércoles, 17 de febrero de 2010

Conserje de noche

Sigo de conserje de noche o de guarda de noche o de desgraciado que cuida que ningún gilipollas entre en el hotel sin permiso. No hay nada qué contar. Mucha televisión: documentales, películas, Españoles en el mundo, y dormir, mucho dormir. No salgo del pozo.De todas formas este blog de mierda lo leen cuatro (uno de ellos eres tú). No creo que haya sido una buena idea escribirlo, y, sobre todo, cuando echo un vistazo a otros blogs incomprensiblemente muy frecuentados.Siempre he creído que el 70% de la humanidad es como un rebaño de becerros (antes que yo lo han dicho muchos genios y no pueden estar todos equivocados), y la verdad es que esos becerros no me están defraudando, siguen en su linea. O sea, becerros.
Suerte.

domingo, 7 de febrero de 2010

ANNA

Tengo un poco dejado lo de esta mierda de blog que no me sirve para nada. Hace dos noches me intenté tirar a una tía de sesenta años, de muy buen ver, y apenas empalmé.
No sé cuando voy a salir de este agujero del que estoy metido. Al final, cuando quiera follar como he follado toda mi vida, tendré que medicarme la depresión. Y eso me jode mucho porque soy antifármacos.
Como habréis podido deducir (los que aún deduzcáis) sigo de conserje de noche en el hotel de mi amigo, que por cierto, está en Cuba follándose niñas de veinte años... o menos, vete tú a saber con lo degenerado que es.
Aquí las noches son demasiado tranquilas, excepto las que tengo que llamar a la ambulancia para que se lleven a algún viejo/ja moribundo. Casi todos vuelven y siguen con sus juergas, pero alguno ya ni vuelve. Desde que estoy aquí ya se ha largado al Más Allá uno.
A lo que iba. Hace una semana entró en el hotel Anna (es su verdadero nombre) con su amiga gorda, de al menos cien kilos. Ahora me acuerdo de una aventura que tuve con una veterana holandesa y su amiga de cien kilos, pero eso es otra historia.
Desde el primer momento le caí bien a Anna, que me tiró los tejos sin perder tiempo. Pero como yo ya no follo ni con mi ex mujer (no sé si la puedo llamar ex) tenía miedo a fallar. Porque para colmo tampoco me masturbo. O sea, un desastre. Pero la otra noche regresaron al hotel sobre las dos de la madrugada bastante bebidas.
La gorda se fue a la habitación y Anna me pidió si le podía vender un whisky. Aunque no se pueden vender bebidas por la noche, le dije que sí. Pasamos al salón, se lo serví, nos sentamos y empezamos a hablar en medio español, medio inglés y por señas. Vamos, una mierda. Al final, aburrida de que no le metiera mano, me beso metiéndome la lengua hasta el ombligo.
En principio yo empalmé un poco, y la verdad es que me alegré, pero cuando me la sacó para chupármela, la erección no era completa. Me corrí en su boca a los cinco minutos y se tragó el semen. Luego me puso un condón e intentó metérsela sentada encima de mí, pero no hubo manera, no estaba lo suficiente dura. Frustrado le dije que lo sentía mucho, ella pareció no enfadarse y se masturbo delante de mí sin problema alguno.
Me recordó a una belga preciosa que me ligue treinta años atrás. Cuando terminaba de pegar el primer polvo, se lo montaba masturbándose sola. Era fantástico que no me exigiera nada. Yo soy hombre de un polvo.
En fin, Anna regresó a su Londres ayer. Me ha dicho que me escribirá e-mails. Parece mentira lo bien que se conservan algunas mujeres. Por ejemplo, Anna, que, según ella, no hace ejercício y como lo que quiere.

Este texto no está corregido.

miércoles, 20 de enero de 2010

Sherlock Holmes

Tengo una noticia dramática, he encontrado trabajo como conserje de noche en un pequeño hotel en tercera línea de playa. No se parece nada al hotel donde trabajaba Dik Bogarde en la película El portero de noche, pero es un hotel.
Resulta que me encontré a XF por la calle. Hacía que no lo veía unos cinco o seis años. XF es mallorquín, aburrido, franquista, inculto y amasó una fortuna en los 1960 construyendo hoteles en los terrenos que heredó de su mujer, que era la que tenía el dinero. Él era el hijo del barbero de su barriada.
De joven se metió de camarero en un hotel y como era agraciado físicamente, conquistó a la hija del dueño, que era un cardo borriquero. Nunca tuvieron hijos, el padre de ella murió a los sesenta años y, siete meses después, murió ella de una embolia. Calló fulminada en el hall del hotel.
XF heredó el hotel y los terrenos colindantes a él donde construyó más hoteles. Si no me equivoco llegó a tener dieciséis o diecisiete hoteles, que con el tiempo ha ido vendiendo, menos el primero, el que entró de camarero y conoció a su mujer.
Ahora tiene setenta y cinco años y se aburre como una ostra. No lee ni periódicos, no ve cine ni teatro, y después de comer ya no se mueve de delante del televisor hasta que se va a dormir. Tiene un jardinero, un cocinero, y una rusa de treinta y pico de años, de muy buen ver, que lo mantiene activo sexualmente.

Me lo encontré en una plaza que hay cerca de mi casa y me invitó a un café, luego a comer, y terminamos en su hotel bebiendo Chivas. Allí me dijo que le había dejado colgado el conserje de noche. Entonces yo le mentí diciéndole que me pasaba las noches escribiendo una novela y que para estar escribiendo en mi casa podía estar escribiendo en la recepción.
Tengo que aclarar que el hotel de XF tiene tan solo cien habitaciones repartidas en un edificio de más de cincuenta años rodeado de un bonito jardín. Permanece todo el año abierto porque el ochenta por ciento de su clientela es gente mayor inglesa y española. Son clientes de toda la vida, como dice él.
XF ha aceptado mi proposición y me pagará mil euros al mes por ser yo, porque al que lo dejó colgado le pagaba ochocientos. Todos los días menos los miércoles de nueve a ocho: once horas. Y como piensa que yo no tengo problemas económicos, no me asegura el muy hijo de puta.
Sólo le he puesto una condición: poder traer a Máxico. Y a él, como le encantan los animales, de hecho tiene dos perros, me ha dicho que sí mientras no haga sus necesidades en el hotel.
Y aquí estoy, escribiendo esta mierda a las cuatro de la madrugada en una recepción de cuatro metros por cuatro en un hall relativamente pequeño, desde donde veo la pequeña piscina débilmente iluminada, la entrada a la cafetería, el principio de las escaleras, los ascensores y la puerta de entrada. Todo a semioscuras, sólo una lámpara de pié ilumina el hall. Los muebles son centenarios, parece que estás en los 1960.
Estoy aquí desde el 7 de enero. Huelga deciros mi estado de ánimo. Si pudiera beber estaría borracho. Me he traído el ordenador pero duermo la mayoría de la noche. Al ser los clientes octogenarios no molestan mucho. Desde que estoy aquí he tenido que llamar dos veces a la ambulancia para que vinieran a buscar a dos de ellos. Pero por lo demás, nada qué hacer. Sobre las once doy una vuelta al perro por el jardín, y a las doce estoy prácticamente solo. Cierro la puerta de la entrada y me pongo a ver la televisión en el hall. Allí me quedó dormido en un mullido y enorme sillón de color verde oscuro con olor a viejo. México duerme en el otro sillón. Sobre las dos apago la televisión y me tumbo en el sofá tapándome con dos mantas y me quedo frito hasta las siete que suena el teléfono.
Cada mañana, a las siete en punto me despierta XF para preguntarme cómo va mi novela. Yo le digo que de puta madre, que no hace ni cinco minutos he apagado el ordenador. Yo no sé si se lo cree, pero se lo digo. Luego enciendo la cafetera y me hago un café con leche descafeinado y me como una magdalena y fumo un cigarrillo hasta que a las siete y media aparecen las mujeres de la limpieza.

Sobre las ocho y media llego a la casa de mi madre para desayunar otra vez con ella. Luego doy una vuelta a México por el parque y termino en mi casa tumbado en el sofá leyendo o escribiendo algún artículo para el periódico.
Las relaciones con mi mujer van muy mal. Está desconocida y ha engordado diez kilos. Cuando la conocía era una mujer preciosa, delgada y divertida. Ahora sólo habla de su trabajo de comercial de mierda y de que la están explotando. Una mierda.
En cuanto a mi hijo, ha estado unos días por aquí porque se peleó con la impresentable de su novia, pero ahora hace tres días que vuelve a dormir con ella. Sigue con un proyecto, que según él, lo sacará de la mierda en que está metido. Ojalá le vaya bien, porque en el fondo es muy buena gente.
Las relaciones con mi hermana siguen igual de tensas: nos saludamos y punto. Ahora, por lo visto, el hijo de puta que tiene que pintar la fachada no la pinta hasta que todo el dinero esté ingresado en el banco.
Mi vida es una mierda y no creo que haya solución. La verdad es que no sé qué va a ser de mí, aunque lo intuyo.

Esta tarde he visto Sherlock Holmes con Jud Lowe y Robert Downey Jr. Me ha entretenido muchísimo y me lo he pasado bien. Soberbia actuación de Jr. Menos mal que aún se puede soñar en el cine.

martes, 12 de enero de 2010

Los seguidores

Lo siento, he borrado a mis seguidores sin querer, soy así de inepto para la informática. Y eso que ya había conseguido, nada menos que 17, un auténtico record de mierda comparado a algunos blogs que incomprensiblemente tienen más de 150 seguidores.
¿Qué coño les darán porque yo soy incapaz de descubrirlo?
Para qué nos vamos a engañar, a mí me gustaría tener todos los de la foto, así me sentiría... me sentiría... no lo sé, pero seguro que algo sentiría. Leído, al menos, me sentiría.
¿Y cual es el sueño de todo escritor frustrado? Ser leído por las masas, para qué engañarnos. Lo que escribo en este blog de mierda no debe de interesar y punto. De todas formas estoy a punto de mandarlo a la mierda.
Mientras escribo estas líneas fuera está lloviendo a cántaros y yo me he quedado sin televisor por no tener tdt (no sé si lo digo bien). Me voy a la cama a leer mi Aurora boreal de la sueca Larsson. Que os den.

miércoles, 6 de enero de 2010

Todos están bien

Los días entre la Nochevieja y Reyes sólo he salido de casa para ir al cine, a la primera sesión, como siempre, y a pasear por el parque a México. Ahora, cuando escribo esta mierda son las once de la noche del día de Reyes, y esta mañana cuando me he levantado y he mirado en el salón, no he encontrado ningún regalo. La primera vez en mi vida que me quedo sin regalo. Las cosas empiezan a cambiar.
Mañana ya se anuncian las rebajas y yo tendría que ir a comprar las muchas cosas que necesito, pero no podré porque en este diciembre pasado me han publicado sólo dos artículos en el periódico. Lamentable, si uno se fija en los periodistas mediocres que publican casi a diario. La verdad es que, a pesar de que colaboro en el periódico hace unos veinticinco años, nunca he estado demasiado integrado. Y la otra verdad, es que ellos nunca han apreciado mi talento. Con decir que nunca me han invitado a la cena de Navidad que organizan todos los años, lo digo todo. Eso le pasa a uno cuando va de rebelde e inconformista como yo he ido casi toda mi vida. Pero ahora ya es tarde para lamentarse, ahora toca joderse.

En los primeros años de mi vida no recibí demasiados regalos de Reyes. En primer lugar porque mi madre siempre ha pasado de los Reyes, y en segundo lugar, porque mi padre, como ya he dicho, era más agarrado que un chotis.
Sólo recuerdo unos cuantos regalos: una bicicleta de cuatro ruedas, un fuerte que me hizo mi padre con sus respectivos indios y vaqueros, una pelota, y una pistola con su cartuchera. Nada más. También recuerdo una pistola que me regaló mi tía E y una espada que me regaló L, un amigo de la familia.
A todos mis amigos les traían muchos regalos que me pasaban por delante los morros. En aquellos primeros años ya empecé a pensar que mi familia no era normal. Y tenía razón: mi familia nunca ha sido normal.
Los Reyes Magos no me traían muchos regalos, más bien pocos, pero durante todo el año cogía (y ella lo sabía) dinero de la caja del floreciente negocio de mi madre. O sea, que era entre mis amigos el que siempre llevaba más dinero en el bolsillo durante todo el año. Y que conste que ellos eran de familias ricas y distinguidas.
En cuanto a mi padre no me soltaba ni un duro. Me pagaba un buen colegio, sólo asequible a familias con dinero, y de vez en cuando, me compraba algo de ropa y zapatos. En cambio mi madre me lo daba todo, excepto regalo de Reyes.
A los dieciocho años mi madre me pagó el carné de conducir y me regaló un Seat 600. Cuando yo regalé el 600 a un amigo para que pudiera ir a trabajar, me regaló un Mini 1275GT con salpicadero de madera, una auténtica preciosidad. Cuando vendí el Mini, me regaló un Simca. Y dejó de comprarme coches cuando yo pude comprarme mi primer coche, un Simca 1200. Eso sí, nunca me daba ningún regalo de Reyes porque decía que no tenía dinero. Así era y es mi madre, aunque ahora su jubilación no llega a los 600 euros. Absoluta contradicción.

Realmente siempre he sido un niño con falta de juguetes. Hace poco aún me compraba juguetes como un niño cualquiera. Y cuando paso por delante de un escaparate lleno de juguetes, me quedó embelesado mirándolos. Por ejemplo, siempre me hubiera gustado tener un coche teledirigido (no sé si se dice así) y nunca lo he tenido. Y una bicicleta. Una bicicleta era mi sueño preferido. Y siempre me tuve que conformar con una de mujer de cuarta mano que conseguí comprar en el rastro. Y cuando tuve quince años, mi madre me compró una que valía la fortuna de 3.000 pesetas. Fue la leche, pero de tanto esperarla subí en ella unos tres meses, luego la vendí por la mitad de lo que había costado. Las cosas que se desean se tienen que tener en su momento, de lo contrario pierden su encanto. En mi vida esto me ha sucedido muchas veces.

En la época que yo trabaja de pinchadiscos conocí a una chica que se llamaba Marina (es su verdadero nombre) y era azafata de aire en Iberia, cuando las azafatas tenían que ser bombones. Marina era un bombón, pero tenía novio, un guapo y atractivo pijo con familia de dinero.
Desde que me la presentaron me gustó, me enamoré de ella (me enamorada día sí y día no), pero la respetaba por el novio, que aunque no me caía bien por lo imbécil que era, era su novio. Así pasaron dos años, y una madrugada me encontré a Marina tomando copas con unas amigas en una disco. Era la primera vez que la veía sin su novio. La saludé y le pregunté por él. Me dijo que hacía seis meses que lo habían dejado. En ese momento vi el cielo abierto. Enseguida le dije que estaba enamorado de ella y coló. Esa misma noche me fui a la cama con ella.
En esa época un primo mío me dejaba vivir en un bonito chalé a diez kilómetros de la ciudad. Allí me la llevé. Ahora podría decir que fue una noche maravillosa, pero mentiría, porque fue todo lo contrario. Siempre que me he acostado con mujeres me ha gustado hablarles y preguntarles lo que les gustaba y decirles lo que me gustaba a mí.
En cuanto entramos en el chalé empezamos a besarnos y a desnudarnos mientras que íbamos camino de la habitación, como en las películas. Nos besamos, nos acariciamos y nos pusimos a tope. Y en un momento dado le dije que me la chupara. Se paró en seco y me preguntó de qué iba. Le dije que no la entendía. Entonces me soltó un rollo de cojones sobre hacer el amor, que para ella era un acto romántico y muy bonito. Le dije que me parecía bien, pero que chupar la polla y comer el coño entraba en el acto romántico. No hubo manera de que lo entendiera.
Cansado de aguantarla le dije que se vistiera que la acompañaba a su casa. Ella, muy digan, me hizo caso. Cuando llegamos al aparcamiento que había en frente de su apartamento, me invitó a tomar una copa. Subí a su bonita casa con vistas al mar, y nos tomamos un gin-tonic en silencio. Luego, de repente, me empezó a besar y me la tiré medio desnudos. Eso sí, no me la chupo ni yo le comí el coño. Le dije que la llamaría y cuando me metí en el coche tiré el papelito en el que había apuntado el número de su teléfono. Nunca más la he visto.

Hoy he visto en el cine Todos están bien, un drama lacrimógeno que no se lo salta un torero. Su director es el normal Kirk Jones y su protagonista Robert de Niro, el actor que hace creíble todos los papeles que interpreta. Me he aburrido porque sabía todo lo que iba a pasar.

martes, 5 de enero de 2010

Solomon Kane

Nochevieja

En principio, la Nochevieja la iba a pasar sólo con mi madre ya que las relaciones con mi mujer son fatales, pero una gran amiga, de la que hacía muchos años no sabía de ella, llamó el lunes a mi mujer (que parece que se resiste a salir de mi vida a pesar de que cada vez que nos vemos me dice que no me soporta y que lo nuestro hace tiempo que ha acabado) para invitarnos a cenar con un grupo de selectos amigos. Después de quince años en Madrid, volvía a instalarse definitivamente en la isla. No hemos podido rechazar la invitación.
Esta amiga nuestra, a la que llamaré Audrey, porque siempre me ha recordado a Audrey Heburn, por su exquisitez, su educación y elegancia, es una millonaria que se casó con un teniente coronel más franquista que el mismísimo Franco, pero cachondo y divertido como él solo. Fiestero, bebedor incansable y putero, este personaje dio una vida de lujo y comodidades a Audrey, que a los treinta años de casada decidió pasar de él e instalarse en un piso de La Castellana de Madrid. Pero no se divorciaron y siguieron una relación normal, aunque sin sexo. Cuando él se murió de repente a los 62 años ella siguió en Madrid hasta que sus hijos se emanciparon. Entonces volvió a su tierra dos días antes de Nochevieja.
La casa que tiene en la isla es una maravilla antigua ubicada en un pueblo internacionalmente famoso. A Audrey la he encontrado guapísima y muy bien conservada a pesar de sus setenta y cinco años. Para celebrar su vuelta definitiva a su tierra, ha elegido treinta y tantos de sus mejores amigos, un selectivo ramillete de parásitos de la sociedad de la isla.
Me he reencontrado con amigos entrañables y otros menos entrañables que no veía en muchos años. Por supuesto que la mayoría de los invitados me han hecho mucho caso, aunque yo sé que a algunos de ellos no les hago gracia. Por ejemplo S, hija de Audrey, que no es más imbécil porque no se entrena.
En mi tiempo, cuando yo llevaba dos copas de más era capaz de follarme a una foca de cien kilos que me hiciera gracia. S no es gorda, más bien es delgada y muy pija, pero es fea a pesar de las muchas operaciones de estética que se ha hecho. Esto último no lo sé por ella, sino por el cirujano que se las ha hecho, que es amiguete.
Una noche de borrachera y de fiesta en casa de Audrey, le di a S por el culo en uno de los muchos baños que hay en la casa. Ella inclinada hacia delante y sujeta en la taza del váter y yo detrás desenvainado. Por supuesto que al día siguiente ni la llamé. Desde entonces creo que me odia. Ahora está casada con un gilipollas del PP y tiene cinco hijos.

A las cuatro de la madrugada, en la impresionante terraza de la casa, con un idílico paisaje delante de nosotros, Audrey, con una copita de más, me ha hablado de su querido hijo R, amigo mío de juergas interminables. Me contado que se ha hecho cargo del hijo de éste, que gracias a Dios está sano y fuerte. Y que R trabaja de albañil y vive en un pequeño piso con una drogadicta. Pero me aseguró que él ya estaba completamente limpio.

El hijo que me cae mejor de Audrey es R, que veo de uvas a peras por la calle.
A los dieciocho años R ya fumaba todo el día porros, a los veinte ya se metía coca por un tubo, a parte de tres cajetillas de Winston diarias. A los veinticuatro se lió con una pija guapísima que estaba enamorada de mí pero que yo nunca le di cuartel. La pija guapa ganaba en todo a R. Fumaba más, se esnifaba más y bebía más. Recuerdo que hacíamos concursos de quien caía antes. Yo me rajaba antes de caer y siempre ganaba ella.
Después de tres veranos de locura los dejé y me largué a vivir a Madrid. Años después me dijeron que los dos tenían Sida. Volvieron a pasar los años y me encontré a R por la calle; llevaba en un cochecito a un niño de un año y lo acompañaba una piltrafa de mujer que llevaba en la frente el sello de drogadicta. Me dio mucha pena. Me contó que la pija falsa trabajaba en un Putin club y que hacía años que no la veía, y que él llevaba el Sida lo mejor que podía. Ya no probaba el alcohol ni se drogaba. La verdad es que siempre que lo veo, que es por la calle, lo veo bien, con buen aspecto.

Después de contarme lo de R, Audrey me ha dicho, sin atisbo de tristeza, que tiene un cáncer malo, de esos que joden. Pero no pienso largarme sin luchar, me ha confirmado rotundamente, y luego ha levantado hacia las estrellas su copa de cava y ha brindado por la vida que ha tenido.
Imaginaos la escena. Una terraza preciosa, una mujer mayor maravillosa y un patético personaje (yo) que no está borracho porque es hipertenso y no puede beber. Ahora imaginaos la conversación. El personaje patético pensando en lo mierda que es la vida por lo mal que lo está pasando, y la mujer mayor contándole que está enferma de muerte.

Año Nuevo

He ido a buscar a mi mujer a su casa a la una y media. Estaba destrozada, con un resacón de cojones de la moña que cogió ayer. Al final he conseguido que se metiera en la ducha y que viniera a comer a casa de mi madre de lo que sobró de Nochevieja. Hemos comido en paz y harmonía. Luego mi mujer se ha ido a su casa a dormir y yo a la mía. Al entrar me he sentado aburrido en el sofá y distraídamente he encendido un cigarrillo. Entonces mi mirada se ha posado en la portada del Fotogramas. Y no sé por qué, y a duras penas y con mucha concentración, he conseguido correrme con Penélope Cruz en lencería. No he llegado a la erección absoluta, pero da igual. No sé el tiempo que hace que no me masturbaba.
A las cinco de la tarde me he puesto en el dvd la obra maestra Plácido, de mis admirados Berlanga y Azcona, lo mejor del cine que ha habido en este país de charanga y pandereta, como cantaba Serrat.
Luego me he puesto a trabajar en mi inacabable novela. A las ocho he bajado a cenar con mi madre. A las diez me he duchado y me he metido en la cama a leer.
Ha empezado el 2010, y espero que sea mejor como el que dejamos atrás.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Fama

23 de diciembre.

Mi hijo se ha presentado a las siete (yo estaba leyendo porque cada vez me cuesta más trabajo dormir) de la mañana porque se ha peleado con su novia. La quiero mucho pero no la soporto, me ha dicho con resacón antes de meterse en la cama. Se ha levantado a las tres y media y se ha ido. Ya te llamo, me ha dicho. Poco después me ha llamado mi mujer recriminándome que no la llamo. Yo le he dicho que para qué, si ella va a su rollo y pasa de mí. Me lo ha negado, como siempre. ¿Qué hacemos en Nochebuena?, me ha preguntado. Lo que tú quieras, le he dicho.

Nunca en mi vida he visto un adorno de Navidad en casa de mis padres o de mi hermana. Tampoco los he visto comportarse de una menara especial. Quizá mi padre, cuando vivía, era el único que hablaba de la cena de Nochebuena, de pasada, sin darle demasiada importancia.
Diré más, mi madre siempre ha comprado (lo justo) a regañadientes el turrón, los polvorones y el cava. Cuando vivía mi padre sólo compraba una tableta de turrón de almendra, que es el que le gustaba a él, una botella de cava para la Nochebuena, nada más. Ahora, eso sí, se gastaba una pasta gansa en lotería de Navidad. Y eso que en mi casa nunca faltó dinero.

Mi madre dice que no le gustan estas fiestas porque se le murió un hermano el día de Navidad, pero yo no lo creo. Su hermano se murió hace más de cincuenta años, que son muchos años. A mi hermana tampoco le gustan, pero lo de ella debe de ser porque ha nacido amargada.
Hasta que se murió mi suegra, cada Nochebuena mi mujer y yo organizábamos una estupenda cena y los invitábamos a los cinco: mis padres, mi hermana y mis suegros. Mis padres siempre subían a la fuerza, mi hermana, como era gratis se apuntaba. Mis suegros venían encantados. Y lo cierto es que cada Nochebuena acabábamos discutiendo. Mis padres y mis suegros no se tragaban, mi hermana nos odiaba y nos odia a todos, y mi mujer y yo tenemos mucho carácter. Ni os cuento lo que eran aquellas cenas. Pero eran cenas navideñas, al menos.
El día de Navidad mi suegra organizaba una estupenda comida en su casa y nos invitaba a los tres: mi mujer, mi hijo y yo. Los primeros años invitaban a mis padres, pero éstos siempre tenían problemas y dejaron de hacerlo. La comida en casa de mi suegra era auténticamente navideña. No faltaba de nada.

Los de los Reyes Magos es muy divertido. Mi madre, días antes, empieza a pedir que nadie le regale nada porque ella no quiere hacer regalos. Recuerdo muy pocos regalos hechos por mi madre. Y no hablemos de mi padre (cuando vivía) y mi hermana, que son más agarrados que un chotis.
Yo nunca he visto ese espíritu navideño que dicen que existe en mi casa, en cambio a mí me encantan estas fiestas (estas de ahora no porque no tengo un puto duro). Los árboles adornados con sus bolas, los Reyes Magos y el Papa Nöel, las calles con sus luces, los anuncios de Navidad (no los de perfumes), los muñecos de nieve (esto último en las películas porque aquí siempre hace calor), la gente abrigada, etcétera.
Hasta los 10 años yo monté el belén sobre la cómoda del cuarto de mis padres. Me hacía tanta ilusión montarlo que lo hacía la primera semana de noviembre. El musgo verde, que lo controlaba durante el año en la estación de tren, lo cogía allí mismo. Verde y frondoso, era precioso. Luego estaban los trozos de corcho con las que construía un pesebre. Y lo más importante: los pastorcitos.
En todas las casas que he vivido, cuando han llegado estas fechas, he puesto mis adornos de Navidad. El belén, desde que tenía 10 años, nunca más lo he montado por un problema de espacio.

Nochebuena.

Mi mujer me ha llamado a las once para decirme que a las tres acaba el trabajo y viene a buscarme para ir a comprar la cena de Nochebuena. Por otra parte, mi madre está que trina porque ha tenido que dar la paga doble de Navidad para pagar la fachada porque el hijo de puta del pintor no la pinta hasta que todo el dinero esté ingresado en su cuenta. Aún con todo y eso me ha soltado cincuenta euros a escondidas de mi hermana para comprar la cena.
Me he tirado la mañana leyendo y escribiendo mi novela, al mediodía se ha presentado mi hijo y nos hemos ido al Burger King. Me ha dicho que venía a la cena y que dejaba a su novia de nuevo. Yo no le he hecho ni puto caso.
A las dos y media me he tumbado en el sofá y me he quedado dormido hasta las cinco que mi mujer me ha llamado por el interfono.
Hemos ido a Mercadona a comprar gambas congeladas, copiñas y tres botellas de cava de la marca Jaume Serra. Lo ha pagado ella. Luego hemos ido al Corte Inglés y yo he comprado varios quesos, embutido navideño y patè.
Nos hemos reunido los cuatro a cenar con el propósito de no pelearnos. Y así ha sido. Luego han venido a buscar a mi hijo y mi mujer ha aprovechado para irse a su casa. Yo he subido a mi casa y me he quedado dormido delante de la televisión.

Navidad.

Mi hijo no ha venido a dormir. Yo he llevado a México al terrado a las nueve y cuarto en punto, que es cuando él me despierta, y me he vuelto a meter en la cama hasta la una que me ha llamado por el interfono mi mujer. Hemos ido a casa de mi madre y hemos hecho una paella con las gambas y las copiñas que sobraron anoche. Nos hemos peleado por la sal, porque mi madre ha dicho que la cena estaba demasiado salada. Mi mujer, que ya es una histérica de por sí, ha empezado a joder. Al final he podido calmar el asunto y hemos comido en buena armonía.
Después hemos subido a mi casa y mi mujer se ha quedado durmiendo toda la tarde en el sofá y yo me he ido a leer al cuarto. A las seis se ha despertado y se ha ido a su casa proponiéndome ir a cenar a casa de su amiga EG. Le he dicho que sí y hemos quedado a las ocho y media.
En la cena nos hemos vuelto a pelear mi mujer y yo. El motivo ha sido que mi mujer ha salido en defensa de un hijo de puta que escribió un libro y dijo mentiras sobre mí. Nuestra amiga y ni se ha inmutado porque está acostumbrada a nuestras peleas.
De mi hijo ni rastro. No se ha dignado ni siquiera a llamarnos y desearnos una feliz Navidad. Ya no espero nada de él, esa es la puta realidad.

26 de diciembre

A las nueve y cuarto me ha despertado México y le he subido al terrado, luego me he vestido y he bajado a desayunar con mi madre, que para variar le duele todo el cuerpo. Hoy el brazo derecho y una ingle le duelen más de lo normal. A continuación he sacado al puto perro a pasear por el parque. Estaba completamente mojado por la lluvia que ha caído toda la noche. Recién llegado a mi casa me he metido otra vez en la cama. Me ha despertado mi mujercita a las once para decirme que se iba a comer con unas amigas. Me he vuelto a dormir y me ha despertado una amiga para invitarme a comer, le he dicho que tenía un resacón de miedo debido a la juerga que me había pegado ayer. A las dos me ha despertado mi hijo para preguntarme si lo invitaba a comer. Lo he mandado directamente a la mierda y él me ha dicho que está con la tía con la que está porque no me soporta. Me he metido en la ducha y a las dos y media estaba en la cocina de la casa de mi madre reprimiendo las lágrimas y comiendo los quesos que sobraron en Nochebuena. Mi madre y mi hermana comían al mismo tiempo en el comedor dos trozos de lechal de cabrito con cava. Mi hermana no me ha dicho nada, pero mi madre me ha dicho si gustaba. A las tres estaba de nuevo en mi casa tumbado en el sofá muerto de asco. He entrado en Internet y he visto en la cartelera que han estrenado Fama en el Metropolitan.
Vaya mierda de película que me he tragado. Fama es como una especie de vídeo-clip sin profundizar en nada a los personajes, que eso sí, les sobra talento. Fama de Alan Parker es muy superior. Después del cine me he metido en la cama a leer hasta aproximadamente las dos.

27 de diciembre.

Mientras que veo de reojo Piratas del Caribe 2, termino de escribir esta mierda. Me he pasado la mañana en la cama. Al mediodía he ido a comer con mi mujer el típico caldo de Navidad los dos solos. De nuestro hijo no tenemos noticias desde Nochebuena. Y por increíble que parezca, no hemos discutido. He visto las noticias en su casa y luego me ido a mi casa a tumbarme en el sofá a leer. De hacer el amor nada (follar), ni lo he intentado. Luego me he metido a corregir mi novela, la que me va a sacar de la miseria, y he llorado. He sacado a México a pasear, luego he cenado con mi madre y he visto las noticias. Ahora estoy escribiendo estás últimas líneas mientras disfruto de la belleza de Keira Knightley, que está para comérsela toda, de arriba abajo. La lástima es que si la tuviera delante seguramente no podría estar a la altura por mi problema de erección. Ya ni me masturbo. ¡Quién me ve y quién me ha visto! Espero que si algún día salgo de la depresión mi pito funcione como antes.
Bueno, si habéis leído esto comprobaréis que la primera tanda de fiestas ha sido bastante triste y aburrida. Pero mi madre dice que mientras tengamos salud, saldremos como sea. Felices fiestas a los que leen este blog, a los demás que les den.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Planet 51

He ido con mi hijo a ver Plante 21 y me ha entretenido mucho. Menos mal que los productores encargaron el guión a un norteamericano, de lo contrario la película hubiera sido aburrida. En este país hay muy pocos guionistas buenos.

Me acuerdo perfectamente de la noche en que el hombre pisó por primera vez, si es que la piso, la luna. Yo iba caminando por la calle San Magín en dirección a la disco Babel’s. Y pasé por enfrente de un barucho casi vacío en el momento que Armstrong pisaba el planeta. Me paré en la calle a verlo, y recuerdo que había un borracho sentado a una mesa que dijo que a él le importaba un huevo la luna y su puta madre.
Era verano y desde la calle pude ver en blanco y negro como los americanos pisaban la luna. La verdad es que no me impresionó, lo vi con curiosidad durante cinco minutos para luego seguí mi camino. Yo era como el borracho: me importaba un huevo que los americanos pisaran la luna.
Pero no me acuerdo de aquella noche por lo de la luna, me acuerdo por lo que luego pasó. A principios de 1970 yo salía de marcha casi a diario, eran los últimos años en que Mallorca estaba infestada de nórdicas buscando latin-lovers. .
La historia empieza a ser emocionante cuando salí de Babel’s sobre las cuatro de la madrugada, bastante animado, con intención de irme a dormir. Y subiendo por la calle Argentina se paró justo a mi lado un deportivo descapotable: el Florida de mi amigo JM, el francés. Lo acompañaban dos suecas de revista. No dude en subirme al descapotable que salió disparado hacía el Paseo Marítimo. Con el viento en la cara, con la música a tope de los Bee-Gees, llegamos hasta el Coll d’en Rebassa, donde el francés tenía un pequeño piso de dos habitaciones que empleaba para llevar a los ligues. Se lo había dado su abuela, que era una payesa mallorquina con dinero.
Ya en el salón puso más música y abrió una botella de champán (no de cava) y a ritmo de The Who, empezamos a bailar y a beber. A mi sueca le gusté enseguida y entró al trapo, en cambio la de él no tragaba.
Lo peor que podía hacer una chica a JM era pasar de él, no querer rollo. Se ponía histérico, capaz de hacer cualquier cosa, excepto agredirle. Era pacífico con las mujeres, todo lo contrario que con los tíos.
Entre baile y baile la cosa se calentó y yo me llevé a mi sueca al dormitorio, y con los gritos de fondo del francés, le empecé a meter mano, pero cuando fui a tirar de braga, me cogió la muñeca y me dijo que ella el primer día nada de nada. No me importó porque yo con las mujeres siempre he tenido mucha paciencia. Le dije que no se preocupara, y entonces oímos un portazo. Nos besamos un poco más, le volví a tocar los puntiagudos pechos sobre la camisa, y oímos otro portazo. Y pocos segundos después oímos los gritos de la sueca que parecía venir de la calle. Nos levantamos y abrimos la ventana.
En el balcón de nuestra derecha (estábamos en un primer piso de un edificio de cuatro) estaba JM en calzoncillos gritándole a la sueca que se largara a calentar a otro y que no molestara. La había echado del piso desnuda. La sueca estaba en plena calle desierta en pelota picada.
Corrí a decirle a JM que si no dejaba entrar a la sueca aparecería de un momento a otro la policía. Lo tenía que haber dicho más tarde porque al instante pasó un celular por la carretera principal y se paró al ver la chica desnuda. Los policías se llevaron a JM y se pasó la noche en comisaría. Las dos suecas se fueron en un taxi. Al día siguiente salí a cenar con mi sueca y estuve enrollado con ella un largo año. Se llamaba Ulla, era enfermera y había nacido en Lund. No fue un año seguido, sino intermitente. Una noche me encontró besándome con otra sueca en una disco y me dejó. Siempre conservaré un grato recuerdo de ella, que por cierto, era preciosa.

En cuando JM, el francés, era todo un personaje que había nacido en Francia aunque sus padres eran mallorquines. Fue uno de mis grandes amigos en la época de la suecas. Con él hice de todo o casi de todo. Me corrí las mil juergas y las mil borracheras. Y casi siempre nos acompañó Giovanni, y a veces su hermano Gabriel, con el que una noche me pegué una paliza. Luego nos hicimos grandes amigos, pero al final volvió a Francia y nunca más lo he vuelto a ver.
JM era bajo, fornido, y ni guapo ni feo, normal. Ahora, eso sí, con un rollo imparable. Hablaba malloquín, castellano e inglés, con un terrible acento francés. Y por supuesto también hablaba francés. Estaba casado y tenía dos hijas, pero no les hacía ni puto caso, pero sí las mantenía, porque el francés era el único de los tres que trabajaba. Su profesión era la de camarero y siempre encontraba trabajo en bares o cafeterías llenas de tías. Ligábamos por un tupo porque cuando llegábamos al local, enseguida nos pasaba el parte de las que nos interesaban más. Era todo un picador (ligador) profesional. Tengo muchas historias que contar del francés, pero sólo contaré una con la vais a flipar.

En una de tantas noches locas, a finales del sexto y último año de mis salidas, conocimos a una noruega y a dos finlandesas. La primera me la quedé yo, y la segunda y tercera fueron para Giovanni y JM. Nos lo pasamos de miedo yendo de local en local, hasta que en el último que entramos (serían las seis de la mañana aproximadamente) conocimos al conde no sé qué de por Valladolid, al menos es lo que el dijo.
Era un tipo esquelético y con perilla. Nos invitó a las copas que quisimos y se integró en la fiesta que los seis llevábamos arrastra. Al final acabamos bañándonos en la playa de la Ciudad Jardín, la más cercana a Palma. Después, el conde nos invitó a la última copa en su casa. Giovanni y yo declinamos la invitación, pero JM aceptó y se fue solo con el conde.
A las nueve del día siguiente, que recuerdo que estaba lloviendo, oí que gritaban mi nombre en la calle. Me asomé y vi al francés. Necesito hablar contigo, me gritó.
Diez minutos después estábamos en el bar de enfrente de mi ático alquilado. JM estaba pálido, ojeroso, pero había desaparecido la borrachera con la que le dejé en la playa. Lo primero que me dijo fue que a lo mejor había matado al conde de un par de puñetazos. Me quedé helado.
Según él, el conde lo había llevado a su casa, un piso en primera línea de la playa del Arenal. Allí bebieron unas cuantas copas más, y en un momento dado, el francés empezó a bailar y desnudarse. Así era JM. Hacía estas cosas por diversión, para llamar la atención, pero el conde se lo tomó de otra manera y también se empezó a desnudar al ritmo de Los Beatles, del que era un forofo. Y cuando los dos estaban en calzoncillos, el conde le metió mano a la polla, que por cierto, JM estaba muy bien dotado a pesar de su metro sesenta y cinco de estatura.
JM se enfadó y le pegó un par de puñetazos dejándolo sin sentido. Y para rematar la cosa no se le ocurrió otra cosa que llevarse el enorme anillo que el conde llevaba en una mano. Pensó que como era maricón no lo denunciaría.

JM estaba desesperado y muy nervioso sin saber qué hacer. Él nunca había tenido un problema serio con la justicia. Cuatro peleas y punto, pero aquello era diferente. Y para colmo había robado un anillo. Le dije que si yo estuviera en su lugar me entregaría. Él estuvo de acuerdo y me pidió que lo acompañara.
Lo dejé a unos metros de la jefatura, para que no me empezaran a hacer preguntas.
Al conde no le pasó nada pero lo denunció por agresión y robo, pero como JM se entregó, sólo pasó un mes en la cárcel. Nadie fue a visitarlo.

Ahora lo veo de uvas a peras, pero sé que vive muy bien con una mujer veinte años más joven con la que ha tenido dos hijas más y un hijo. En su momento heredó de su abuela su parte que se gastó en sucesivos y fallidos negocios. Pero por lo visto, y según me contó la última vez que lo vi (hace dos años), actualmente vive muy bien cuidando la casa de unos árabes millonarios que vienen tres veces al año a la isla.
Cobro una pasta, utilizamos toda la casa cuando no están los hijoputas de los árabes, y cuando aparecen con toda su corte, lo primero que me piden es que los lleve de putas, ¿te lo puedes creer?, me dice en castellano con su eterno acento francés.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Mal día para pescar

Este asqueroso domingo he comido con mi madre una paella con cuatro gambas pequeñas y un calamar. Cada domingo mi madre come de puta madre gracias a que mi hermana compra la comida y ella cocina, pero hoy, mi hermana se ha ido con una amiga o conocida, porque en realidad no tiene amigos, a comer por ahí.
A las cuatro me he metido en el cine para ver Mal día para pescar, una interesante película uruguaya dirigida por Álvaro Brechner y protagonizada por Gary Piquer. Los dos muy bien en sus respectivos trabajos. La historia es original. Un buscavidas, que vive de un campeón de lucha libre alemán acabado, organiza una pelea en un pueblo de cuatro casas, pero la jugada le sale mal.

Un servidor (no sé de quién), cuando tenía unos veintidós años e iba montado en una Kawasaki y veía pasar el mundo muy rápido sin pararme a pensar en lo que pasaba, un día me encontré por la calle a VA, un amigo de otro amigo, y hablando y hablando me dijo que practicaba boxeo. A mí me hizo gracia, y como iba perdido, le pregunté si alguna vez podía acompañarlo a entrenar. Me dijo que sí. Tengo que aclarar que el boxeo siempre me ha apasionado, y en el fondo, siempre quise subirme a un ring para experimentar lo que se sentía. También tengo que aclarar que VA era un tipo raro al que le gustaban las experiencias nuevas, algo parecido a lo que me pasaba a mí, y, por eso, y a pesar que estudiaba tercero de Derecho, le encantaba subirse a un ring para que le endiñaran. Porque hay que decir que no era muy bueno con los guantes.

VA entrenaba en la Federación de boxeo que estaba en la calle Apuntadores (ya ha desaparecido), en la parte vieja y no muy buena (en esos años) de la ciudad. El ambiente era cutre de cojones, y los jóvenes y no tan jóvenes que entrenaban, ni os cuento. Del más bajo extracto social.
A finales de enero empecé a entrenar y a comprender a todos aquellos jóvenes que perseguían un sueño: salir de la mierda. Ya sé que parece muy peliculero, pero es la puta verdad. El boxeo es un deporte que te puede sacar de la mierda y ponerte arriba del todo, donde están los privilegiados, y basta con que sepas esquivar los golpes y tu pegada sea como la coz de una mula. Así de sencillo y así de difícil.
Lo que más me impresionó de los personajes que conocí en la Federación, fue la lucha interior, mucho más terrible que la del ring, de los jóvenes (prácticamente todos eran obreros) por querer salir de lugar donde la sociedad, ¡o vete tú a saber quién!, les había puesto sin su permiso. La mayoría era buena gente, que cuando subía al ring lo daba todo, y cuando golpeaban el dura saco, golpeaban a la puta vida que les había tocado vivir. Ocho horas de duro trabajo y luego dos o tres horas de entrenamiento. Eran máquinas. Así era aquel ambiente en el que yo me metí, a finales de los 1970.
Y para colmo, por mi aspecto de pijo, imaginaos lo que sucedía. Todos querían hacer guantes conmigo para zurrarme. Pero mira por donde, resultó que yo tenía una buena izquierda que los mantenía alejados de mí. Enseguida descubrí que les costaba tocarme
A las dos semanas de entrenar con VA, porque nadie me hacía ni puto caso, el entrenador se digno a dirigirme la palabra, y más o menos estas fueron las palabras: ¿Te atreves a hacer guantes con tu amigo? Imaginaros lo que le dije.
VA me pegó por todo, y menos mal que llevaba el protector en la cabeza, porque de lo contrario me habría noqueado, y eso que era un boxeador mediocre.
A partir del día siguiente el entrenador, con su voz rota y olor a alcohol (siempre tendré un cariñoso recuerdo de él), me empezó a dirigir en unos determinados ejercicios: cuerda, saco, cubrirme, golpear sin bajar la guardia, bailar en el ring, etc. Fue toda una experiencia.
Yo siempre había sido aficionado al boxeo, pero nunca en mi vida había presenciado uno en vivo. Y el entrenar me dio esa oportunidad. Cada fin de semana había algún combate en algún pueblo de Mallorca, y allí me iba yo con VA, que peleaba a veces. Y a los seis meses justos de entrenar (como pasa en las películas) el contrincante de un negro al que llamaré OL, se cayó haciendo cuerda y se torció un tobillo. El entrenador me propuso sustituir al lesionado. ¿Imagináis lo que le dije?
Recuerdo que nos cambiamos en un sótano del bar de un campo de baloncesto de un pueblo del que no recuerdo el nombre. El sótano estaba lleno de cajas de refrescos y en el centro del techo pendía una escuálida bombilla. Sé que suena muy de película, pero es la puta verdad.
Me dejaron unos pantalones y una camiseta rojos, un color que no me gusta demasiado, pero estaba tan nervioso, que no fue hasta muchas horas después que caí en el color. Todos los púgiles, aunque de diferentes gimnasios, nos cambiamos en el mismo lugar. Y tengo que decir que cuando vi al negro casi me mee en el pantalón. Los dos éramos de la categoría de peso medio, pero él me pareció que hacía dos de mí. Menos mal que el entrenador me tranquilizó diciéndome que pesaba lo mismo que yo. Tengo que reconocer que si no hubiera sido por no hacer el ridículo, hubiera huido.
Subimos al ring montado en el centro del campo de baloncesto y durante tres asaltos (cuando eres amateur sólo están permitidos tres) nos dimos ostias por todo. Bueno, en realidad, las daba él. Unas cuantas veces vi pajaritos de colores, y con dos golpes estuvo a punto de tirarme, pero por increíble que parezca, lo esquivaba más o menos bien. De alcanzarle, ni hablar, OL saltaba como una bailarina y no dejaba de soltar la derecha.
Histérico y perdido en la desesperación y a punto de ponerme a correr, el entrenador se acercó a mi esquina y me dijo algo parecido a: No te he dicho nada porque he querido ver cómo reaccionabas. Ahora escucha con atención. Cada vez que saca la derecha, baja el brazo izquierdo dejando un agujero. Sólo tienes que engañarle y darle la cara, y cuando se confíe y te saque la derecha, éntrale tú y habrá acabado el combate.
Así lo hice. Dejé que me pegara en los guantes y algún que otro golpe en el estómago e hígado, y cuando creí oportuno bajé la guardia, entonces él, confiado, me soltó su derecha que yo esquivé al mismo tiempo que soltaba mi puño derecho que impacto en su frente. OL quedó tocado, y cuando fui a rematarlo, me di cuenta que no era necesario y dejé que se recupera sentado en la lona. Gané el combate por puntos.
Aquella noche el entrenador, VA, dos púgiles más, y el que escribe, cogimos una cogorza que tuvimos que quedarnos en el pueblo a dormir. A la mañana siguiente en el viaje de vuelta, el entrenador me dijo que tenía tres de las cuatro cosas imprescindibles para ser un campeón: una buena pegada, buenos reflejos, buen movimiento de pies, y...
En ese momento yo creí que iba a decir una tontería insignificante, porque la noche anterior no había dejado de felicitarme. Pero su famosa sinceridad me dejó helado.
Me dijo, más o menos: las tres primeras cosas que posees forman un cincuenta por ciento para ser un campeón, pero careces del cincuenta por ciento restante. El silencio se podía cortar en el interior de la furgoneta con la que volvíamos a casa. Dijo: Te falta la mala leche.
Ofendido le dije que no sabía si yo tenía mala leche. Él se rió y me dijo muy amable que lo había visto en mis ojos cuando tenía noqueado a OL. Tenías que haber seguido machacándolo hasta el final, y te dio lástima, terminó diciéndome.
Al día siguiente, ya en frío y con la cara como un mapa, volví a la realidad. Nunca había pretendido ser boxeador, no servía, pero no sólo porque no tenía mala leche, no, sino porque había que ser muy desgraciado para subirse a un ring a matar a golpes a un tío. Así de cruda es la realidad, y hasta que uno no se sube a un ring no sabe de qué habla.
Llamé por teléfono a VA y le pedí que se despidiera de mi parte del entrenador diciéndole que me había tenido que ir a Barcelona por un tema familiar. Nunca volví a pisar la Federación ni volví a ver al entrenador. Tampoco he visto nunca más un combate en directo.

Siempre he pensado que voy a escribir una novela de todo lo que me pasó en aquellos seis meses en la Federación de boxeo, pero para qué, pienso cuando estoy a punto de empezar. Nadie va a publicármela.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Avatar

Anoche tuve el fallo de ir a la inauguración de un bar de copas con mi hijo. Fue una encerrona porque de repente apareció la tía con la que vive. Vino muy puesta, como siempre, y muy digna pidió una copa de vino tinto. Hablamos de tonterías: ella intentando hacerme gracia, y yo contestando a sus preguntas escuetamente. Cuando pidió la segunda copa de vino me largué con viento fresco.

Sobre las once de hoy me ha llamado mi amigo CC, que no veo desde hace quince años, cuando se fue a vivir a Ibiza. Nos hemos visto en el bar de enfrente de mi casa. Ha sido muy agradable el encuentro.
Por lo visto se encontró con mi hijo, su novia y LE, un gran amigo de mi hijo, en la inauguración. Tomaron muchos vinos, y para celebrar haber encontrado a mi hijo, les invitó a dos botellas de Möet Chandon en otro bar. Y allí se armó el belén.
La novia de mi hijo, que como ya he dicho tiene problemas con el alcohol y con unas cuantas cosas más, empezó a meterse con la camarera faltándole al respeto. Incluso le tiró una copa al suelo para que la limpiara. LE, que es un buen tipo, se mosqueó y se peleó con ella hasta el punto que el dueño le pidió a CC que se los llevara.
CC, avergonzado, convenció a la novia de mi hijo para irse a otro lugar. Pero cuando estuvieron en la calle, la tía arremetió contra LE arañándole la cara. Él se defendió y la tiró al suelo. Ella se levantó y le pegó con el bolso, y él la volvió a tirar al suelo. Al final CC tuvo que separarlos mientras que mi hijo, bastante bebido, no dejaba de reír. LE y CC se metieron en el coche del primero y se fueron dejándolos en plena calle. Ella, gritando como una loca y tirando los zapatos al coche, les siguió unos metros.
Lamentable CC lo contará a todo bicho viviente. El saber esto, que no es nuevo para mí, me ha amargado el día más de lo amargado que lo tengo. No sé qué coño ve mi hijo en esa tía, pero está acabando con él.

CC debe de tener los cincuenta años y se conserva de miedo. Sigue siendo elegante, guapo, atlético, y conserva todo su pelo. Es el clásico vividor que no ha pegado un sello en su vida gracias a que recibe desde que nació una especie de asignación de la Casa Real porque es familiar lejano del rey o de la reina, no recuerdo de cual. La asignación, que la tendrá hasta que se muera, no es mucha, pero le permite vivir del cuento sin dar golpe e ir de artista. Y para colmo le compran los cuadros que pinta, que hay que verlos para creerlo de lo malos que son, pero como tiene tan buenas amistades, le compran por compromiso.
A CC lo conocimos mi mujer y yo en una fiesta de esas que organizan los de la alta sociedad. Conectamos enseguida y pasamos a ser parte de su vida. O sea, que nos llamaba todos los días para invitarnos a comer o cenar o a una fiesta. Fue aproximadamente un año muy movido porque íbamos de gorra por los mejores sitios de la isla.
Conocimos a gente muy importante, que aún hoy conservamos su amistad. En aquel tiempo él estaba liado con una pija de Madrid que le ponía los cuernos con todo el que podía. Inclusive lo intentó conmigo, pero yo siempre he respetado las novias de mis amigos, y CC era amigo.
Pero también hay que decir que a CC le iba todo. Metido en faena le daba igual tirarse a un tío que a una tía. Luego, al día siguiente, iba de heterosexual convencido. Era muy gracioso y muy simpático. Aún lo es. Pero su superficialidad era tan grande, que llegaba un momento que te cansabas de oír siempre la misma historia. Y por suerte, un día se peleó en serio con su novia pija.
A las dos de la mañana sonó el teléfono de casa y era él. Histérico me pidió que fuera a su casa, que había pasado algo muy grave. Tardé quince minutos en llegar. Cuando me abrió la puerta me asusté, estaba demacrado y tenía los labios blancos y secos. Se ha tomado un tubo de no sé qué, me dijo muy nervioso señalando la puerta de la habitación de la pija madrileña. Corrí a la habitación y me encontré con la pija desnuda y vomitando sobre el parquet. La vestí como pude y me la llevé a urgencias.
Después de una larga hora salió un médico a preguntarme si yo era familiar suyo. Le dije que no, que era un amigo. El médico me dijo que le habían hecho un lavado de estómago pero que habían tenido algún problema, que esperara y me dirían cosas.
Estuve sentado en la sala de espera hasta las nueve de la mañana. CC ni apareció y yo no me fui por lástima. Pasadas las nueve vi a la pija madrileña salir por la puerta de urgencias y llegar hasta mí. Me abrazó y rompió a llorar. Una enfermera me dijo que el médico quería hablar conmigo. La pija me dijo que la llevara al hotel Bellver del Paseo Marítimo. Cuando la dejé en el hall me pidió por favor que le trajera sus cosas y que no le dijera a CC donde estaba.

Por supuesto que le dije a CC donde estaba su novia, pero él no quiso saber nada. Me ayudó a llenar la maleta de la pija para que se la llevara al hotel. Luego acompañé a ésta al aeropuerto y se marchó a Madrid. Al cabo de un mes CC se fue a vivir a Ibiza, y unos meses después me enteré de que la pija madrileña se había casado con un antiguo novio heredero de una gran fortuna.

Cuando mi hijo tenía veintiún años salía con una uruguaya que no las tenía todas con ella. La que está ahora con él tiene problemas con el alcohol, y la brasileña tenía problemas con la cocaína. Ganaba mucho dinero cuidando casas de ricos, y todo lo que ganaba se lo gastaba en ropa de marca, restaurantes y cocaína. Y mi hijo, que es débil de cojones, la acompañaba. Fue un año terrible porque descubrí que mi hijo se metía coca. Y lo descubrí por un amigo de ella.
Las peleas de mi hijo con R eran continuas. Un día le tiró un cuchillo, otro día le tiró una piedra y le agujereó el cristal del coche, etc. Hasta que mi hijo decidió dejarla. R se volvió como loca y no podíamos quitárnosla de encima. Una noche nos pidió para quedarse en casa a dormir y le dijimos que sí. Sobre las ocho de la mañana nos despertó un fuerte ruido. Encontramos a R en el suelo del baño; se había tomado todos los fármacos que había encontrado.
A las nueve de la mañana ingresaba en urgencias. Mi mujer, acompañados por una amiga, estuvimos hasta las diez de la noche en el hospital esperando que saliera. Cuando le dije a mi hijo que R había salido de peligro, no quiso saber nada.
A las diez de la noche nos llevamos a R a casa. Al día siguiente nos dijo, por milésima vez, que dejaba definitivamente a nuestro hijo. Y que pasaría la Navidad en Uruguay con su familia. El mismo día de Nochebuena hizo la maleta, cogió un taxi (no quiso que la acompañáramos) y se fue al aeropuerto.
Mi mujer, mi hijo, mi suegro y yo respiramos tranquilos, nos habíamos librado de R. Pero a las once nos llamó por teléfono para decirnos que el avión tenía retraso. Menos nuestro hijo, todos nos apiadamos de ella. A las doce y media volvió a llamar. A la una y media llamó por tercera vez para decirnos que por fin ya subía al avión.
Pasaron las navidades y a finales de enero fuimos a una fiesta y nos encontramos con una íntima amiga de R, que nos dijo que ésta había pasado las navidades con ella y que nunca se había ido a Uruguay.
Ahora la vemos de vez en cuando por la calle y sigue están preciosa. Parece que ha olvidado a nuestro hijo.


Esta tarde he visto con mi hijo Avatar de James Cameron. Mi hijo ya estuvo ayer viéndola con gafas, pero hoy la hemos visto normal. Aunque es la historia de siempre, la puesta en escena es soberbia. Ahora tengo que ir a verla en 3D.