miércoles, 6 de enero de 2010

Todos están bien

Los días entre la Nochevieja y Reyes sólo he salido de casa para ir al cine, a la primera sesión, como siempre, y a pasear por el parque a México. Ahora, cuando escribo esta mierda son las once de la noche del día de Reyes, y esta mañana cuando me he levantado y he mirado en el salón, no he encontrado ningún regalo. La primera vez en mi vida que me quedo sin regalo. Las cosas empiezan a cambiar.
Mañana ya se anuncian las rebajas y yo tendría que ir a comprar las muchas cosas que necesito, pero no podré porque en este diciembre pasado me han publicado sólo dos artículos en el periódico. Lamentable, si uno se fija en los periodistas mediocres que publican casi a diario. La verdad es que, a pesar de que colaboro en el periódico hace unos veinticinco años, nunca he estado demasiado integrado. Y la otra verdad, es que ellos nunca han apreciado mi talento. Con decir que nunca me han invitado a la cena de Navidad que organizan todos los años, lo digo todo. Eso le pasa a uno cuando va de rebelde e inconformista como yo he ido casi toda mi vida. Pero ahora ya es tarde para lamentarse, ahora toca joderse.

En los primeros años de mi vida no recibí demasiados regalos de Reyes. En primer lugar porque mi madre siempre ha pasado de los Reyes, y en segundo lugar, porque mi padre, como ya he dicho, era más agarrado que un chotis.
Sólo recuerdo unos cuantos regalos: una bicicleta de cuatro ruedas, un fuerte que me hizo mi padre con sus respectivos indios y vaqueros, una pelota, y una pistola con su cartuchera. Nada más. También recuerdo una pistola que me regaló mi tía E y una espada que me regaló L, un amigo de la familia.
A todos mis amigos les traían muchos regalos que me pasaban por delante los morros. En aquellos primeros años ya empecé a pensar que mi familia no era normal. Y tenía razón: mi familia nunca ha sido normal.
Los Reyes Magos no me traían muchos regalos, más bien pocos, pero durante todo el año cogía (y ella lo sabía) dinero de la caja del floreciente negocio de mi madre. O sea, que era entre mis amigos el que siempre llevaba más dinero en el bolsillo durante todo el año. Y que conste que ellos eran de familias ricas y distinguidas.
En cuanto a mi padre no me soltaba ni un duro. Me pagaba un buen colegio, sólo asequible a familias con dinero, y de vez en cuando, me compraba algo de ropa y zapatos. En cambio mi madre me lo daba todo, excepto regalo de Reyes.
A los dieciocho años mi madre me pagó el carné de conducir y me regaló un Seat 600. Cuando yo regalé el 600 a un amigo para que pudiera ir a trabajar, me regaló un Mini 1275GT con salpicadero de madera, una auténtica preciosidad. Cuando vendí el Mini, me regaló un Simca. Y dejó de comprarme coches cuando yo pude comprarme mi primer coche, un Simca 1200. Eso sí, nunca me daba ningún regalo de Reyes porque decía que no tenía dinero. Así era y es mi madre, aunque ahora su jubilación no llega a los 600 euros. Absoluta contradicción.

Realmente siempre he sido un niño con falta de juguetes. Hace poco aún me compraba juguetes como un niño cualquiera. Y cuando paso por delante de un escaparate lleno de juguetes, me quedó embelesado mirándolos. Por ejemplo, siempre me hubiera gustado tener un coche teledirigido (no sé si se dice así) y nunca lo he tenido. Y una bicicleta. Una bicicleta era mi sueño preferido. Y siempre me tuve que conformar con una de mujer de cuarta mano que conseguí comprar en el rastro. Y cuando tuve quince años, mi madre me compró una que valía la fortuna de 3.000 pesetas. Fue la leche, pero de tanto esperarla subí en ella unos tres meses, luego la vendí por la mitad de lo que había costado. Las cosas que se desean se tienen que tener en su momento, de lo contrario pierden su encanto. En mi vida esto me ha sucedido muchas veces.

En la época que yo trabaja de pinchadiscos conocí a una chica que se llamaba Marina (es su verdadero nombre) y era azafata de aire en Iberia, cuando las azafatas tenían que ser bombones. Marina era un bombón, pero tenía novio, un guapo y atractivo pijo con familia de dinero.
Desde que me la presentaron me gustó, me enamoré de ella (me enamorada día sí y día no), pero la respetaba por el novio, que aunque no me caía bien por lo imbécil que era, era su novio. Así pasaron dos años, y una madrugada me encontré a Marina tomando copas con unas amigas en una disco. Era la primera vez que la veía sin su novio. La saludé y le pregunté por él. Me dijo que hacía seis meses que lo habían dejado. En ese momento vi el cielo abierto. Enseguida le dije que estaba enamorado de ella y coló. Esa misma noche me fui a la cama con ella.
En esa época un primo mío me dejaba vivir en un bonito chalé a diez kilómetros de la ciudad. Allí me la llevé. Ahora podría decir que fue una noche maravillosa, pero mentiría, porque fue todo lo contrario. Siempre que me he acostado con mujeres me ha gustado hablarles y preguntarles lo que les gustaba y decirles lo que me gustaba a mí.
En cuanto entramos en el chalé empezamos a besarnos y a desnudarnos mientras que íbamos camino de la habitación, como en las películas. Nos besamos, nos acariciamos y nos pusimos a tope. Y en un momento dado le dije que me la chupara. Se paró en seco y me preguntó de qué iba. Le dije que no la entendía. Entonces me soltó un rollo de cojones sobre hacer el amor, que para ella era un acto romántico y muy bonito. Le dije que me parecía bien, pero que chupar la polla y comer el coño entraba en el acto romántico. No hubo manera de que lo entendiera.
Cansado de aguantarla le dije que se vistiera que la acompañaba a su casa. Ella, muy digan, me hizo caso. Cuando llegamos al aparcamiento que había en frente de su apartamento, me invitó a tomar una copa. Subí a su bonita casa con vistas al mar, y nos tomamos un gin-tonic en silencio. Luego, de repente, me empezó a besar y me la tiré medio desnudos. Eso sí, no me la chupo ni yo le comí el coño. Le dije que la llamaría y cuando me metí en el coche tiré el papelito en el que había apuntado el número de su teléfono. Nunca más la he visto.

Hoy he visto en el cine Todos están bien, un drama lacrimógeno que no se lo salta un torero. Su director es el normal Kirk Jones y su protagonista Robert de Niro, el actor que hace creíble todos los papeles que interpreta. Me he aburrido porque sabía todo lo que iba a pasar.

6 comentarios:

Hugo dijo...

Ignatius J. Reilly al lado tuyo es un santo :P

Lo mejor: la cabecera del blog. Realmente sobrecogedora.

Un saludo.

Antigonum Cajan dijo...

Ha escrito que la vida es
una mierda y concurro.
Lo encojonante, a mi juicio, es no
tanto que lo sea, sino la gente que
me rodea.
ME cago en la hostia, la isla de mierda que me ha tocado existir.
Me pregunto si en Lanzarote, Mallorca,
o Ibiza seria distinto..
Al menos en la primera podria janguear, en lo de Cesar Manrique
Cabrera que supongo conocera a fondo,
O no?e

Antigonum Cajan dijo...

Oye cabron, de carinho yo tambien he
conocido esa sensacion por la que atraviesa usted por treintaiseis meses.
INTENTE sembrar, propagar plantas, envuelvase en la guerrillagardening.com, claro si realmente desea salir de ese agujero
oscuro, e inexplicable.
Yo lo he logrado, escribo sobre el tema, la horticultura...Asi ventilo
la encojonante ira que contra el idiotismo llevo dentro, terapeuticamente..
Claro la horticultura es util, si no
le importa ensuciarce las pezunhas,
digo manos.
Suerte y exito...Entiendo que saldra
de el agujero, pues hace algo para
lograrlo lo que muchos ni siquiera
intentan...

Paris Quelart Budó dijo...

Me encanta La conjura de los necios, Hugo.
Estoy de acuerdo contigo, Antigorum.

Luna Méndez dijo...

tengo muchas cosas favoritas?

nunca me lo habían dicho, aunque nos é, tampoco seré yo la que diga que no!

Muchas gracias por pasarte!

Un saludo!!

m a r i n a dijo...

gracias =) me alegro que te guste