domingo, 13 de diciembre de 2009

Spanish movie

En los años 1970, a cuatro o cinco edificios después del mío, en la planta baja, vivía un matrimonio joven (él debía de tener los treinta años). Una noche tres marineros americanos borrachos entraron en su casa y violaron a la mujer. Él se quedó paralizado ante tan vil acto y no hizo nada.
A los dos días se fue al gimnasio que hay enfrente de casa a apuntarse para aprender kárate. El dueño del gimnasio, que es un viejo conocido mío y que no se las guarda, le dijo que aprender kárate no le iba a servir de nada, porque de lo que se trataba era de valor, no de técnica. Y termino diciéndole, que aunque llegara a ser campeón del mundo de kárate, y volvieran los americanos a violar a su mujer, reaccionaría de igual manera. A pesar de estos consejos, el hombre se apuntó. Al cabo de unos meses se fueron del barrio.

Es cierto, yo lo he podido comprobar personalmente que los que se van a pelear y dicen que son peligrosos, son unos mierdas, al primer puñetazo se pondrán a llorar.
En una ocasión, estaba con una chica en la barra de una disco llamada Barbarella, y se acercaron tres alemanes como tres torres. Uno de ellos me empujó para hacerse un sitio en la barra, lo clásico. Cuando le pregunté qué coño hacía, el tipo se encaró conmigo respaldado por los otros dos. Eran como tres bueyes bufando a punto de pasar por encima de mí. Yo me acojoné, por supuesto.

En esa época no había guardias de seguridad y los porteros eran normales, pero como en Barberalla iban marineros americanos y se peleaban a menudo, contrataron a uno para impedir que eso sucediera.
Pero el tipo, que era mallorquín, y cinturón negro de kárate, era un cachondo que cuando había una pelea nunca estaba allí. Y cuando la pelea era disuelta por los PM, aparecía muy chulo y mandaba a los policía militares que sacaran a los peleones.
Se llamaba G, y la noche en que estuve a punto de ser pisoteado por los tres bueyes alemanes, vi de reojo como G se metía en los lavabos. Perdido y acojonado, cogí mi vaso alto, e imitando a Clint Easwood, amenacé al alemán con rompérselo en la cara. Él tipo vio que iba en serio, y la verdad es que se lo hubiera estrellado en la cara con todas sus consecuencias. Pero la suerte me acompañó y el tipo cedió y se fue a otro lado de la barra.
Más cabreado que una mona, le dije a la chica que nos íbamos, y mira por donde me encontré a G en la puerta. Le dije lo cobarde que era y que me iba a quejar al director para que lo echara a patadas. Él, muy digno, me amenazó con lo peligroso que era pelearse con él y, supongo que porque iba acompañado por una bonita sueca, me dio un suave empujón.
Del primer puñetazo que le solté en el ojo cayó de culo al suelo, luego le pegué una patada a los huevos, pero no acerté del todo. Se levantó como una furia y me mató con la mirada. Entonces le pegué otra piña que lo hizo caer contra la mesa del taquillero. En ese momento nos separaron y él, agarrado por los demás, empezó a amenazarme de muerte. Me reí en sus narices y me fui.
A pesar de que yo iba casi cada noche a la discoteca, nunca más me dirigió la palabra y me evitó siempre. Una noche me dijeron que ya no trabajaba allí.

El que te quiere pegar, puedes estar seguro que no te avisa ni te dice que es cinturón negro de lo que sea. Te endiña la primera y ya no para. He visto a un españolito bajito pegar una paliza terrible a un alemán de dos metros. He visto peleas terribles que han terminado en el hospital. Habló de los años 1970 y 1980 cuando casi nadie denunciaba una pelea.
Cuando uno te dice que puede ser peligroso si te pega, puedes relajarte, ni se atreverá a tocarte. Aunque siempre hay excepciones. Yo he conocido (a dos de ellos los veo de vez en cuando) a unos cuantos que han practicado artes marciales y son realmente peligrosos, pero no por sus conocimientos orientales, no, sino por su mala leche. Y cuando estás en el suelo hecho una piltrafa, te enteras de que son cinturón negro de no sé qué, y normalmente no son ellos que te lo dicen.

Anoche fui a coger el ascensor después de una reunión para un posible trabajo y B pasó junto a mí y me susurró que era un hijo de puta. Yo me giré y me encaré con él. Y como un toro a punto de embestir, me recordó la paliza que meses atrás le pegamos un amigo mío y yo. Explico la pelea.
B es un tipo prepotente que además de cinturón negro de judo hace halterofilia, o sea, que está capullo el cabrón. Va por la vida diciendo a los demás lo que tienen que hacer, y hasta que conoció a mi amigo, no le había pasado nada. Pero cuando a mi amigo le dijo que era un borracho cocainómano, el primer puñetazo que recibió lo dejó acojonado. Luego vinieron unos cuantos más. Además de las patadas que yo le endiñé cuando estaba en el suelo. Su novia y un amigo suyo, se lo llevaron con la cara hecha un mapa. Esos sí, amenazándonos de muerte. Lo clásico en los cobardes.
Esa misma noche nos denunció, y por una de esas casualidades, un amigo policía, que estaba de guardia esa noche, es amigo de mi amigo y se lo dijo.
Mi amigo, un cabrón muy noble, lo esperó una noche a la salida del trabajo y le dijo simplemente que si no quería tener problemas serios de verdad, retirara la denuncia. B se lo pensó bien y así lo hizo.
No se puede ir por la vida de prepotente y pretender que nadie te haga nada. Yo he conocido a muchos chulos, pero con cojones, de los que te dicen hijo de puta y a continuación te pegan una paliza o se la pegas tú. Y también he conocido a muchos chulos cobardes, que van perdonando vidas, pero que cuando les hacen cara, se mean del susto.

Anoche, cuando B se puso a amenazarme por la paliza que recibió, yo estaba tranquilo porque se que es una nenaza con cinturón negro de judo y que con cuatro llaves me puede matar. Por eso estaba tranquilo, aunque sí nervioso porque las peleas me suben la adrenalina. Me amenazó mil veces y repitió que mi amigo era un borracho y un cocainómano (que es verdad) y así siguió faltándome al respeto.
Me tuve que reprimir de mala manera porque la cosa hubiera acabado muy mal, sobre todo para él. Pero como en el fondo B me cae bien y es un tipo competente en su profesión, intenté terminar la discusión lo mejor posible. Al final nos tranquilizamos un poco y nos prometimos ignorarnos mutuamente.

No entiendo a este tipo de personas que van de prepotentes por la vida y se creen los más inteligentes y en posesión de la verdad, cuando son unos mierdas importantes. No creo que B sea un mal tío. Algo le habrá pasado de niño o de adolescente para que se comporte de esa manera tan desagradable. Además, está en contra del alcohol y la droga de una manera muy radical. Yo mismo estoy en contra de la droga y el alcohol, pero no me sulfuro cuando hablo de ello ni maldigo a los borrachos y a los alcohólicos. Según él, habría que cerrarlos en campos de concentración para que no molestaran a nadie. Uno que tiene esas ideas está jodido, pero quién se atreve a decírselo cuando está hecho un toro. Parece que lo han esculpido, hasta el pelo lo tiene erizado. Da miedo la nenaza.

El setenta por ciento de los que van a judo y a kárate es porque tienen problemas psicológicos o son cobardes. No van a aprender un deporte van a aprender a pegar. A defenderse. Pero yo os puedo asegurar que son más peligrosos los delincuentes habituales que los cinturón negro de lo que sea.
Pasé mi adolescencia jugando en los futbolines del barrio chino de Palma, que ya no existe, por cierto, y cada día estaba metido en peleas. Era lo normal. Y los que realmente eran peligrosos eran los que no te decían nada, te atizaban y punto. Aunque fuera por la espalda. Allí no había reglas ni reverencias, allí se liaba una pelea por nada.
Un día le pegué una paliza a uno que le llamaban el Sastre. Cuando lo dejé en suelo con la cara ensangrentada y le di la espalda, cogió una piedra y me la tiró en la cabeza. Luego huyó corriendo. Siete puntos de sutura me tuvieron que dar. Si en lugar de estar de espaldas hubiera estado de frente, a lo mejor hubiera perdido un ojo. Y así muchas.
En esa época yo me compré una navaja, como la mayoría de mis amigos del barrio chino, y un día me pegué con el Cordobés, un tío dos palmos más alto que yo, y me dio una buena tunda. En un momento dado, cuando me vi perdido, saqué la navaja y fui a pincharlo. Menos mal que llegó en ese momento un gran amigo e impidió que la cosa acabara mal. Se encaró con el Cordobés, y éste se acobardó. Mi amigo era de los que pegaba primero y luego preguntaba.
Al día siguiente tuve la gran idea de tirar la navaja porque me di cuenta de que yo, en una situación crítica, podía ser peligroso. Mi experiencia en la vida me ha demostrado que tenía mucha razón. Por eso nunca he llevado un arma encima, ni en los peores momentos.

Ser cobarde no es ninguna enfermedad ni es ninguna desgracia: se es o no se es. Yo, por ejemplo, yo soy cobarde por naturaleza, mi padre ya lo era, pero eso no quiere decir que no nos defendamos cuando nos agreden. Somos unos cobardes entre comillas. Nadie me ha pegado un tortazo que yo no se lo haya devuelto. Miento. Ahora me acuerdo que cuando tenía uno diez años cuatro chicos me pegaron una paliza porque yo antes se la había pegado a uno de ellos. Cuando me pegaban dentro de un portal yo no tuve cojones de levantar la mano, incluso se me saltaron las lágrimas. No me hicieron demasiado daño, pero cuando me dejaron en el suelo me sentí el ser más cobarde del mundo.
Al día siguiente, respaldado por dos amigos míos (uno de ellos era el que se enfrentó al Cordobés) fui en busca del culpable y le pegué otra paliza hasta que de rodillas me suplico llorando que no le atizara más. El mes siguiente lo pasé con el miedo en el cuerpo mirando a todas partes.
Por cierto, el Cordobés es alcohólico y lo veo de uvas a peras por la calle. Nos saludamos y hablamos de los viejos tiempos. Mi gran amigo, el que siempre me defendía, tuvo Parkinson a los cincuenta años, y el que lo acompañaba aquella noche que me vengué, también es alcohólico y estuvo siete años en la cárcel por un atraco a mano armada. Ahora tiene un bar de mala muerte en Lorca, Murcia.

O sea, que ya lo sabéis, a los que presumen de cinturón negro de lo que sea, podéis atizarles. Aunque eso sí, a mis cincuenta y siete años he llegado a la conclusión de que la violencia se tiene que utilizar en el último extremo, cuando se ha agotado el diálogo, cuando el que tienes enfrente te empuja o te pega. La violencia no lleva a ninguna parte, es el arma de los tarados, de los gilipollas, de los que no saben hacer la O con un canuto, es el recurso de los mierdas. Por eso yo, que soy violento por naturaleza, la repudio.
Lo único que puedo decir en mi defensa, es que en las muchas peleas que he tenido en mi vida, nunca he pegado yo primero ni he provocado a nadie a pelear.


Por cierto, esta tarde asquerosa de domingo he ido con mi hijo a ver la mierda de Spanish movie. Lo peor del caso es que uno de los críticos tarados de Fotogramas dice que es buena. Así, ¿a dónde vamos a llegar con el cine español?

3 comentarios:

Fulanito de Tal dijo...

Catarsis

Unknown dijo...

mala seleccion de peli esta vez :s... inevitable cruzarnos con esas chorradas

Enrique dijo...

Jajajaja, para los gringos parece que dan igual los españoles que los mexicanos, ambos usamos ropa vistosa, tenemos mujeres candentes y pasamos más de la mitad de nuestra vida conviviendo con ganado, pistolas, conflictos civiles y un notorio retraso conforme a los vecinos del norte.