jueves, 27 de agosto de 2009

RESACON EN LAS VEGAS

Lunes fue una mierda, el martes otra, y el miércoles me invitó a cenar un mafioso chino muy conocido en Palma. Me llevé a la cena a mi hijo y a su amigo Joan. El chino, que ha engordado quince kilos desde la última vez que lo vi., se presentó con dos horteras de Manrresa que tuvieron las servilletas sobre la mesa durante toda la cena. Las utilizaban sin desplegarlas. Al final de la noche se las follaron mi hijo y Joan, al menos es lo que me dijeron al día siguiente.
. El motivo de la cena son unos reportajes de mierda que hago para el periódico. El chino, que tiene una colección de doce coches, entre ellos un Rolls-Royce y un Ferrari, y que no sabe qué hacer con el dinero que gana, se pirra por salir en la prensa. Sus restaurante están llenos de fotos con personalidades de todo tipo, desde los Reyes hasta Diango. Le gusta ser el más importante, el más famoso. Es franquista hasta la médula, odia a los sudamericanos, a los negros y a los moros. Estos últimos a muerte. Y si estuviera en su mano, metería a todos los inmigrantes (los chinos no) en un barco y los echaría de la isla, como quiso hacer en su tiempo el presidente del Govern Balear, Gabriel Canellas del Alianza Popular (ahora PP).
Hace unos veinticinco años el chino intentó crear un partido político de ultra derecha pero no llegó a cuajar. Recuerdo que en aquel tiempo yo escribía en el primer periódico en catalán de la isla (me traducían mis artículos) cuando me llamó para invitarme a una cena que organizaba con unos amigos. Yo acepté encantado porque al chino lo consideraba amiguete.
Me llevé a mi mujer (que escribía las recetas de cocina en el periódico) y a un fotógrafo. Era invierno y llovía. La cena la organizó en un restaurante de playa que cerraba en invierno. O sea, que estábamos solos alrededor de una mesa para quince comensales. Imaginaros el lugar. Enorme, oscuro y de lujo, eso sí. Y cuatro camareros para servirnos.
La mayoría de los comensales eran mayores, pesos pesados de la política, del capitalismo y de la prensa. La cena fue exquisita (el chino siempre ha sabido quedar bien; todo hay que decirlo). Después de los cafés se sirvieron las copas y el chino se levantó y soltó un discurso que mi mujer, el fotógrafo y yo, flipamos por un tubo.
Yo sólo conocía al chino de ir a comer a sus restaurantes, de asistir a sus fiestas, a sus inauguraciones, etcétera, pero nunca habíamos hablado de política, por eso flipe cuando lo oí hablar. Parecía el mismísimo Hitler. Después fue pasando la palabra a los invitados, que más o menos dijeron lo mismo que él, y me llegó el turno a mí. Me dio la palabra, y a mí no se me ocurrió decir otra cosa que todos los políticos eran unos cerdos y que uno no se podía fiar de ellos. Recuerdo que el silencio fue terrible. El chino dijo reprimiéndose, muy serio y muy cabreado, que en China se aprovechaba todo del cerdo.
Le dije al fotógrafo que hiciera la foto del grupo lo antes posible, luego salimos pitando antes de que nos cortaran a pedazos y nos tiraran en alta mar. A partir de ese día el chino se limitó a saludarme fríamente cuando coincidíamos en alguna fiesta o inauguración.
Hace un año, aproximadamente, que parece que quiere ser otra vez amigo mío. Por supuesto que yo nunca seré amigo suyo.

Después de la cena el chino nos llevó a varios locales: música en directo, karaoke, discoteca Bananas, y, finalmente la disco BCM. Allí me enamoré de una rubia increíble que vendía tickets. Me amargó la noche no poder conquistarla.
No llevo bien la edad. He sido un tío guapo, interesante, con encanto, que siempre he triunfado con las mujeres. Y ahora soy una sombra de lo que fui. Barriga (no muy grande), soy casi calvo (me falta el casi), tengo un poco de papada, un desastre. Alguien de los que lean esto, y que no hayan sido guapos, no lo entenderán. Pero si algún guapo o alguna guapa lo lee, entenderá perfectamente de lo que hablo. Y juro por Marlon Brandon, que soy la persona menos superficial que existe. No me impresiona nada. Bueno, miento. Lo único que me impresiona en este mundo son las personas que ayudan a los necesitados altruistamente.

domingo, 23 de agosto de 2009

ANTICHRISTO

El viernes nuestro hijo nos invitó a cenar en un restaurante italiano a mi mujer y a mí con motivo de su cumpleaños. La primera media hora de la cena fue bien, pero cuando mi mujer empezó a hablar de su trabajo, se ha armado.
Hace tres años que mi mujer y yo estamos separados y cada uno hace su vida, aunque los fines de semana nos solemos ver porque prácticamente todos nuestros amigos son los mismos. Veintisiete años son muchos años.
A ella le van muy bien las cosas. Es una de las secretarias de un personaje importante de la política mallorquina y, además, vive en una casa que le dejaron sus padres de herencia, además de unos cuantos millones de pesetas en el banco. No se puede quejar. Pero con todo y eso, su conversación preferida es su trabajo y criticar mi forma de ser y lo mal que me lo he montado en mi vida. Por eso, a los diez minutos de conversación empiezan las interminables peleas.
Le encanta hacerse la víctima y hacerme sentirme mal contándome que cada día se levanta a las siete de la mañana y no para hasta las tres de la tarde. Todas mis amigas tienen maridos que las llevan en bandeja de plata, no se cansa de repetirme. Entonces es cuando yo le digo que si tuviera todo el dinero que me he gastado sólo en restaurantes con ella, viviría en un chalé con piscina.
La cena fue horrible, nuestro hijo juró y perjuró que era la última vez que nos invitaba a comer. Menos mal que el dueño y los camareros del restaurante nos conocen, porque de lo contrario nos hubieran llamado la atención. Ha sido bochornoso, aunque ya estoy acostumbrado. Porque tengo que reconocer que mi mujer es una pija, pero cuando quiere es la más ordinaria.

He llegado a las dos a mi casa y he subido a Méjico al terrado, he enchufado la manguera al grifo del ático que mi hijo utiliza para follar a sus amigas, y lo he regado para que se vaya un poco el calor de las baldosas. Luego me he duchado y me he puesto a leer Rififí de Augustc le Breton, que ya lo estoy terminando.
Es un interesante libro que he recuperado de mi biblioteca. Lo que me gusta más de este autor francés es el sentido patético de la vida del hampa, donde reina una especie de libertad salvaje y un cierto sentido del honor. Hasta el asesino más asesino tiene debilidad por un pajarito o un niño que llora. Si no lo habéis leído, os lo recomiendo, aunque es difícil que lo encontréis.

He pasado un sábado y un domingo que no se lo deseo a nadie. No he hecho nada interesante. El sábado, como siempre, me despertó Méjico para que lo subiera al terrado. No sé para qué coño me hace subirlo al terrado si no caga ni mea. A las nueve y media ya estaba oyendo las lamentaciones mañaneras de mi santa madre. Luego he subido de nuevo a mi casa y en la puerta me he encontrado a mi hijo intentando meter la llave en la cerradura. Le he dicho con muy mala leche que se fuera a dormir la borrachera al ático. Mirándome sin mirarme, se ha agarrado a la barandilla y ha subido al ático, que está justo encima de nuestro piso. Lamentable.
Mientras que subía las escaleras le he dicho de todo menos guapo, pero él no me ha hecho ni puto caso y ha zanjado mi monólogo con un sonoro portazo. Mi hijo, junto a la separación, es la causa más importante de que yo tenga depresión. Tiene veintiséis años y todos los boletos para ser un alcohólico importante.
Por la tarde he hecho las paces con mi hijo, como siempre, y me ha convencido para que le pidiera a mi madre trece euros para ir a ver la última de Lars Von Trien . Ha sido una experiencia que no se la recomiendo a nadie. Yo, como soy objetivo, reconozco que Von Trien es muy bueno como director, pero como guionista deja bastante que desear. Anticristo es una paja mental del director danés que mejor hubiera utilizado el dinero que ha costado la película dándoselo a los pobres.

Hoy, domingo, mi mujer me ha llamado por la mañana en son de paz y me ha sugerido ir a ver a nuestro amigo Pere, que hace quince días le operaron a corazón abierto. Pere tiene setenta y pico de años y es millonario. Es un mallorquín, como muchos otros de su generación, que se hizo millonario con los hoteles. Es inculto y listo, y en la frente tiene un coño. Según él, si no tiene ganas de follar cuando se despierta, es que no está bien de salud. La verdad es que no ha sabido envejecer bien y se cree que tiene veinte años.
Como con sus hijos no se lleva correctamente, aunque ya ha repartido la suculenta herencia, ha contratado a una ex novia, más fea que Pífio (esto siempre lo decía mi padre, aunque yo nunca me ha dado por averiguar quién era ese Pífio) para que le cuide.
El martes viene su hija de Londres, donde vive con su marido y sus hijas; los cuatro más negros que el carbón. Ella es de piel blanca como la leche y atractiva. Pere tuvo a esta hija mientras estaba casado con una mallorquina que le dio dos hijos y que luego se separó.
Digo esto porque la mayoría de los mallorquines son racistas, y el que su hijita del alma se casara con un negro de verdad, le rompió todos los esquemas. Y después de mucho tiempo se planteó el olvidarse de su hija o aceptarla con el negro y sus tres hijas. Se decidió por lo último. Y ahora, como el negro no es una lumbrera, aunque se cree que todos los blancos son tontos, Pere los mantiene a los cinco.
Últimamente, su hija (imagino que por aburrimiento) se ha metido de lleno en la religión y ya cree en los milagros y ha tenido varias experiencias celestiales, mientras que su marido se sigue pegando la gran vida con el dinero que manda papá a la niña. Hay tipos que tiene suerte.

La paella que ha hecho la ex novia y ahora empleada de Pere ha sido mediocre y sólo la he probado para no dar la nota. Antes de comer me he llenado de sobrasada y queso mahones acompañado de un buen Rioja. Porque lo que tiene bueno Pere, es que todo lo que hay en la nevera, en la cocina y en la bodega, es de todos sus invitados. Y no le importa el número de estos: a él le sobra el dinero y siempre paga, vaya donde vaya. Quizá sea una forma de comprar amigos.
La afición de Pere, la que le entretiene desde hace más de treinta años, son los caballos de pura raza. Los compra en Andalucía por unos cuantos millones, los cruza en Mallorca, y cuando se cansa, los vende por dos duros y vuelta a empezar. También tiene unos diez ponys. Así es Pere, un buen hombre que se cree en posesión de la verdad, añora a Franco y no le gusta lo que ve ahora, pero con todo y eso, es un buen amigo.

El domingo es el día más asqueroso de la semana. Lo odio con toda mi alma. Cuando termino de escribir esto estoy delante de un ventilador que no deja de moverse. Yo sudo sin tregua, y en cuanto suba este escrito al blog, me voy a meter a la ducha y supongo que me pondré a leer hasta las dos o las tres. Una mierda. .

miércoles, 19 de agosto de 2009

LOS PERROS DE LA GUERRA

He creado este blog principalmente porque me aburro y estoy hasta los cojones de casi todo. Las cosas no me pueden ir peor de lo que me van económicamente, de lo contrario no perdería el tiempo escribiendo chorradas para cuatro pringaos como yo. Porque supongo que los blogs serán el paraíso de los frustrados y de los ineptos. Con eso no quiere decir que no haya alguno cojonudo con un carácter de mierda como el mío, máximo responsable de mi fracaso en la vida. No confundir fracasado con perdedor, aunque yo creo que son lo mismo.
Otra de las razones por las que he creado este blog es porque José Antonio, mi médico y amigo, me lo ha aconsejado debido a la depresión de caballo que llevo encima. Hace dos años y medio que la tengo, aunque me niego a medicarme.
Se acabó el preámbulo y vayamos al grano. Y quién sabe, a lo mejor algún productor de cine español lee esto por casualidad y me compra los derechos. Claro que los productores de cine no leen, sólo beben y follan, así les salen las películas, que no va nadie a verlas. Poneros el cinturón.

El próximo mes de noviembre cumplo cincuenta y siete años, he fracasado como hijo, como marido y como padre. No tengo ni oficio ni beneficio, no sé idiomas; ni siquiera tengo fluidez hablando el mallorquín (soy de la puta Mallorca), que es lamentable siendo mallorquín, y no me espera una gran ni una pequeña fortuna para pasar tranquilamente mi vejez.
He cotizado en contadas ocasiones a la Seguridad Social, no tengo ningún tipo de seguro de vida ni de vejez; sólo tengo un seguro médico que cubre a mi mujer, a mi hijo y a mí. O sea, que tengo un futuro bastante incierto, aun que se ve claramente el final del drama.
Por otra parte, tampoco tengo trabajo, vivo prácticamente de mi madre que cobra una jubilación de casi seiscientos euros. Porque hace tres años que Pilar me dejó, después de veintisiete de convivencia, con la excusa de que tenía que cuidar a su padre, y, luego, cuando éste se murió, ya no volvió a casa poniendo otra excusa: tenía que cuidar a Nerón, el puto caniche de su padre.

Como cada mañana México me despierta a las ocho de la mañana. Se me queda mirando fijamente durante unos segundos sin moverse un ápice, y luego, como si supiera que estoy bien despierto, empieza a rascar frenéticamente con las patas mis brazos. Y hasta que me levanto no para de molestar.
Negro como el carbón, con patas y barba blanca, México es un ejemplar bonito y gracioso, aunque me está amargando la existencia porque no deja de hacer caca y pipi por toda la casa. Ya no sé qué hacer con él. El piso huele que alimenta. Me pasó el día fregando con amoniaco. Me ha dicho mi madre que es lo mejor para el olor. El piso nunca había estado tan fregado de las veces que paso el mocho. Tengo que tener todo el día las ventanas abiertas, y es terrible porque el sol de agosto no perdonaba.
Cuando exploto cojo a México del pellejo, lo zarandeo de mala manera, y lo encierro en la galería de quince minutos o media hora o dos horas, según el humor que tengo, que suele ser de puta pena. Alguna vez le atizo con un zapato, otras veces le restrego el morro en el pipí o le hago oler de muy cerca la caca, pero no hay manera, México se acurruca como un feto dentro del vientre de la madre, me mira con ojos de cordero degollado, y no se mueve. Y ya puedo gritarle y decirle que es un perro gilipollas, que no es como el fox que he tenido trece años y que cazaba las moscas al vuelo.
Todas las mañanas a las nueve de la mañana abro las dos cerraduras de la puerta de la casa de mi madre, dos pisos más abajo del mío. Cada vez que meto la primera llave el corazón se me acelera temiendo encontrar a mi madre muerta. Morir del corazón y de repente ya es una tradición en mi familia. Cuatro hermanos de mi madre y su padre murieron por esa causa.
Mi madre, que se llama como una virgen, a sus ochenta y cuatro años es hipertensa, padece de vértigo, tiene artrosis generalizada, reuma y glaucoma. Cada día se toma alrededor de diez pastillas y se pone tres clases de gotas en los ojos dos veces al día.
Por las mañanas y por las noches, cuando puedo (que normalmente siempre puedo), soy yo el que le pongo las gotas para no desperdiciarlas. Cuando lo hace ella hay gotas por todo debido a su mala puntería y poca fuerza en las manos.
Por la mañana, mientras desayunamos mi madre no deja de quejarse de los dolores que tiene. Cada mañana es la misma monserga, hasta pasadas una o dos horas, la mujer no reacciona y empieza a moverse con relativa movilidad.
Mi madre siempre ha tenido mucho cuento con lo de la salud. Es la peor enferma que he conocido. Insoportable. El dolor ya forma parte de su vida. Vive con el dolor porque yo creo que ha llegado a gustarle. Tiene que estar muriéndose para que se tome un antiinflamatorio. Lo máximo un Gelocatil. Es insoportable, repito.
Un médico retrasado mental de la Seguridad Social (cuando me acuerde del nombre lo escribiré) le diagnosticó que acabaría en una silla de ruedas. Pero la profecía doctoral del imbécil no se ha producido.
Según la humedad del día mi madre se ayuda con un taca-taca, que le regaló su nuera, o sea, mi mujer, a la que no puede tragar. Si más o menos está bien va con un bastón de cabeza de perro, que le regaló mi hijo. Y cuando está potable, que eso suele ocurrir cinco o seis días a la semana, anda sin ayuda.
Mi madre ya ha dejado de salir cada día de su casa por lo mal que lo pasa caminando. Cuando lo hace, dos veces a la semana, se queda sin aire y el paseo se convierte en un verdadero suplicio. De las dos salidas semanales y las visitas a los médicos, se encarga mi hermana. Una solterona amargada e insoportable de cuarenta y seis años que vive sola en el 3º del mismo edificio. Una solterona que necesita que le peguen un buen polvo para empezar a vivir de nuevo.
Las relaciones entre mi hermana y yo son nulas. No nos tragamos y prácticamente no nos hablábamos. Hola y adiós y punto. Somos dos polos opuestos. Mi hermana nunca ha pedido nada a mis padres y desde los dieciocho años es autosuficiente, en cambio yo, a mis casi cincuenta y siete, aún dependo de mi madre, que vive de una jubilación que no llega a los seiscientos euros.
Lo que más le jode a mi hermana es que ella vive de alquiler y yo vivo desde hace veintisiete años en un piso de mi madre, justo dos pisos por encima de ella. Quizá sea una de las razones por las que siempre me ha odiado.
Recuerdo que tenía a un imbécil como novio, un genio de los ordenadores, se llamaba Miguel Ángel. Una noche cenando dijo delante de ella, el muy subnormal, que si la violasen echaría a correr, al menos así uno se salvaría. Le dije todo tipo de insultos y me largué. No tuvo cojones de levantarse. Desde aquel día mi hermana cambió conmigo. Tenía diecinueve años.

Este agosto mi situación está tocando fondo. Mis únicos ingresos provienen del periódico con el que colaborador como articulista, pero con las crisis la cosa se ha puesto chunga y me publicaban poco. Publican los mediocres de siempre, amigos del dueño del periódico. Y lo más triste de esto, es que no me llegan ni a la suela de los zapatos.
Los últimos cinco meses he ganado entre 150 y 250 euros al mes, que no me llega ni para pagar el recibo de Mapfre, que sube doscientos y pocos euros. Mi banco lleva cuatro meses devolviéndome los recibos y tengo que ingeniármelas para pagarlos, y eso que conozco a todos los que trabajan en la sucursal de La Caixa. Eso sin contar el recibo de la luz y el agua, porque el teléfono, a nombre de mi hijo, lo han cortado hace seis meses. Mi fijo, de toda la vida, hace cinco años que me lo dieron de baja por falta de pago. Ahora, mi hijo y yo, estamos en Yoigo, gracias a que mi mujer nos ha dado las altas por lástima.
Mi existencia se ha convertido en un drama permanente que no parece tener solución. La verdad es que por primera vez en mi vida estoy acojonado pensando en lo tirado que me voy a encontrar cuando mi madre fallezca, que Dios quiera que tarde muchos años. Mi padre me decía que me iba a ver muy tirado, y yo me reía. ¡Cuánta razón tenía el viejo!

Hoy sólo he salido de casa para pasear al perro, o sea, dos veces, porque al mediodía lo subo al terrado. Por la tarde he visto una película en la tele que hace tiempo no veía: Los perros de la guerra. Entretenida igual que la novela.
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